viernes, 4 de marzo de 2011

¿de qué vive un artista?



Un artista vive de la renta, de alguna renta, por ejemplo de un inmueble heredado que produce una suma fija mensual. Un estudiante se pagó la costosa matrícula de una universidad privada con el producto de un local que le tenía alquilado a un cine-bar, lo que los asistentes gastaban en boletas, cócteles y crispetas él lo reinvertía en arte. En otros casos las rentas vienen de lo que producen las acciones en un negocio familiar. Una generación trabajó, otra hizo fortuna y la última, la generación artista, se gastó la plata. Dos hermanos, uno actor y otro cineasta, vivieron durante mucho tiempo del producto de la renta que producía la fábrica de piscinas fundada por el padre y administrada por el primogénito, un ingeniero igual de excéntrico a sus hermanos menores pero que debió conducir su artisticidad por el cauce señalado por el padre.

Otro artista a la muerte de su padre recibió una gran fortuna como herencia, ante lo que su mejor amigo, otro artista, dijo que era él quien había pasado a mejor vida.

Otro artista vive de un negocio. Cada quince días hace el viaje de la capital a su pequeña ciudad natal donde tiene una miscelánea que mantiene surtida de prendas y adminículos para jóvenes, cosas pasadas de moda en la gran ciudad pero que son novedad en la provincia. El artista dice con orgullo que es él quien define las tendencias de la moda en la pequeña ciudad. Otro artista puso un restaurante y se le incendió, otro montó el restaurante que lo hizo tan reconocido como chef que cuando dice que también es artista la gente se sorprende.

Otros artistas optan por el diseño y montan empresa, les va bien, son prueba de que en diseño más que estudio se necesita de práctica, prueba y error, experiencia; a estos artistas que diseñan les va tan bien que pasan de artistas a diseñadores. Todos tienen una fase en que ven el diseño como arte pero cuando el trabajo los abruma, y los clientes “siempre tienen la razón”, caen en cuenta de que el diseño es un servicio más y de que ellos se han convertido en proveedores de soluciones, no de enigmas; lo que comenzó siendo una estrategia temporal de automescenazgo —el diseño para pagar el arte—, terminó siendo un trabajo perpetuo donde todas las licencias creativas del arte van a parar al diseño. De vez en cuando estos artistas diseñadores les toca hacer un catálogo de arte o un trabajo para un museo de arte y cuando entran de nuevo en contacto con la gente del arte, agradecen vivir del diseño, incluso extrañan a sus clientes habituales. Es raro pero no inusual que por algún rezago estético estos diseñadores recuerden esa cosa inútil y anodina llamada arte, pero pronto lo urgente los trae de nuevo al presente.

Otro artista emigró y montó una carpintería en un país de donde tenía nacionalidad, antes hacía instalaciones sonoras efímeras, hoy instala pisos de madera y une cada pieza con el mismo cuidado con que componía sus obras de arte.

Otro artista tuvo un hijo y abandonó el arte: “los hijos son la muerte del artista y el nacimiento del publicista”.

Otros artistas viven de la dictadura de clase. Cada año los programas de arte de la universidades del país gradúan un promedio de 500 artistas, un público cautivo que necesita de un cuerpo de recreacionistas intelectuales que cumplan con la ilusión de enseñar arte. Enseñar arte puede ser el mejor trabajo para un artista, hay bastante tiempo libre para crear o “investigar” (como se refieren los artistas a lo que hacen cuando le quieren dar altura académica). A pesar de que cada vez hay más trabajo burocrático y hay que inventarse más justificaciones y comités para justificar la necesidad de los comités que justifican el arte en la universidad, ser profesor es una buena actividad. Hay que decir que un profesor de arte goza de un margen insólito de libertad, si los profesores de medicina dictaran sus clases como los profesores de arte dictan las suyas, graduarían asesinos en vez de médicos. Tarde o temprano muchos artistas, así no lo quieran, reencarnarán en profesores de arte; temprano si consiguen trabajo en un colegio, usualmente el mismo colegio donde han estudiado, o tarde cuando regresan endeudados con una maestría y descubren que para lo único práctico que sirve ese cartón de maestría de arte es para ser admitido en el proceso para calificar como profesor universitario de arte. Pero además de tener la maestría habrá que tener un doctorado y cuando todos tengan un doctorado algo más habrá que tener, el único consuelo es que mientras más grados haya que tener más necesidad de profesores de arte habrá y así tal vez haya más puestos de profesores universitarios de arte para darle clase a todos los que necesitan estudiar para tener más grados para obtener el puesto de profesor universitario de arte. También existen los profesores de talleres independientes, pero dependen del tiempo libre y la inconstancia de las señoras y pintores de fin de semana.

Otro artista vive del arte, sí, se puede vivir de eso: hay que asistir a muchos cócteles de inauguración, hay que circular y sonreír y hacer comidas y ser pródigo con las gentes del arte, con los galeristas, coleccionistas y curadores, y con sus cónyuges e hijos. Jamás hablar mal de la gente del arte en público y menos aún publicar algo malo sobre ellos. También hay que ser dúctil y decirle que sí a cuanto oferta de publicidad haya, y participar en subastas benéficas, y enviar a un testaferro que puje en la puja para que las obras se subasten bien y así elevar la cotización del precio del arte en el mercado. También hay que tener un taller y regar la voz de que hay piezas asequibles, económicas, y una vez los coleccionistas visitan el taller, atenderlos muy bien, siempre sonreír, y disponer las piezas con estrategia, de lo caro a lo barato, mostrar piezas que “ya están vendidas”, y hacer el tour de los precios con indiferencia y seguridad. Hay que soltar datos prestigiosos sobre clientes previos y sobre la cotización de las piezas en la galería. Hay que acordar con el galerista y con el dealer que obras hay que repetir y venderlas con discreción, y en la Feria de Arte montar guardia cerca al stand donde está la mercancía y para efectos de prosperidad parecer que se está ahí por pura casualidad. Hay que tener una galería por fuera del país, no importa si se trata del cuarto trasero de un bar alternativo en Berlín o de una galería meramente comercial, lo que cuenta es la internacionalización y poder dar el precio en dólares o en euros.

Otro artista optó por la doble vida —o eso es lo que se deduce de su esquizofrenia estilística—. Tiene dos tipos de obra, una que es la propia, la que no se vende, la conceptual, la efímera, la caprichosa, la que lo posiciona en el reino de las inteligencias y otra en la que da muestra de su destreza manual para hacer paisajes y caballos o fotos bonitas, o floreros bonitos, y que vende de forma anónima, o bajo un heterónimo para que no se pueda relacionar con el nombre propio y no afecte el capital reputacional. Es importante que los artistas no revelen de qué viven, sobre todo si no viven del arte, esto mantiene el mito de su independencia, de que no sirven a nadie, de que son inocentes, de que nunca serán lo suficientemente maduros para liberarse de la idea de libertad.

Otros artistas viven de la mediación artística, trabajan como asistentes en talleres, museos, galerías y espacios independientes, como cargaladrillos de artistas, curadores o galeristas, y luego, con la experiencia adquirida y una lista de contactos, se lanzan como artistas y curadores y galeristas, o simplemente dejan de ser artistas para ser curadores, galeristas o gestores culturales.

Otros aprovechan su arrojo para juntar palabras, hacer párrafos con esas palabras y firmar esos arrumes de párrafos para ofrecer textos de arte multipropósito que se cobran por el número de caracteres y que apenas sirven para cubrir el pago de los servicios; a los que escriben les basta con publicar uno o dos de estos textos para ser llamados “crítico de arte” y pasan a escribir en la prensa y en catálogos, basta con hacer un texto elogioso para una exposición y entregarlo a tiempo para que otros clientes quieran más textos de ese tipo, ante la presión de la demanda y el afán de complacer a la clientela es fácil pasar de agudo provocador a soso prologuista, este género de textos se parece al de escribir obituarios.

Otros artistas organizan bienales y encuentros internacionales de arte para pretender recibir suficiente apoyo como para poder vivir de la bienal y de los encuentros internacionales de arte que organizan. Otros ponen una ONG de arte y viven de ofrecer servicios de asistencialismo estético a las comunidades e instituciones interesadas.

Otros artistas viven de los premios, se inscriben en cuanto concurso hay, poco importa si el dinero viene del Estado, de una caja de compensación familiar o de una multinacional, no importa si la obra hay que mostrarla en una casa crujiente contra una pared descascarada en medio de la barahúnda de otras obras o en el corredor de un edificio inteligente, lo importante es concursar con la meta de ganar. Estos premios son loterías para artistas y dado el número de artistas que concursan es posible inferir —por simple matemática— que un artista tiene más chance de ganar en una de estas loterías que en cualquier otra. Entre premio y premio, entre una convocatoria y otra, en Internet se puede descampar y solicitar ingreso a las residencias para artistas que se ofrecen a nivel global, una vez se hace una solicitud a una se tiene una matriz para hacer más solicitudes, es posible vivir de trotamundos por años saltando de una residencia a otra.

Otro artista vive de su conyugue. En ningún momento pensó en casarse con otro artista, siempre supo que de casarse tendría que hacerlo con alguien que tuviera grandes ingresos.

Otro artista vive de oficios varios, es mesero, ayudante de chofer de bus intermunicipal, mensajero en una agencia de publicidad, es un artista sin obra, nadie lo conoce pero lleva una vida de poeta.

La mayoría de los artistas viven así.




Nota: texto escrito para el libro Cumbre Cartagena de Indias 2011, remunerado a su autor por Helena Producciones.

Amadís entrevista a Harmodio I y II

I

A: ¿Tú pintura representa?
H: Sí. No estoy convencido de que así sea, pero sí creo que es casi imposible hacer una imagen que no sea una representación.
A: ¿No estás convencido de que tu pintura represente o de que no podamos hacer algo distinto a la representación?
H: Estoy seguro de que mi pintura es occidental y muy tradicional porque está inspirada en esa tradición visual más que en otras, pero sobre todo porque desde sus primeros brotes ha mantenido una relación privilegiada con la mímesis. De lo que no estoy seguro es que toda imagen hecha por la inteligencia humana deba ser por fuerza representativa, aunque sí me parece extremadamente difícil eludir la representación.
A: ¿Por qué crees que sería importante eludirla?
H: Creo que hay por lo menos una legión de artistas que desde hace más de un siglo están cada vez más inconformes con la idea de que su trabajo, su esfuerzo mental y físico—cuando no espiritual—sea un sustituto de otra cosa.
A: ¿De qué cosa?
H: De aquello que la representación significa. Ahora que en la región periférica y marginal del arte se ha aniquilado casi por completo al símbolo icónico, esta dimensión simbólica que la representación implica por sí misma es vista como algo que hay que evitar.
A: ¿Para qué?
H: Supongo que es por un anhelo o una mera pretensión de verdad, de hacer algo que no dependa de otra cosa para cobrar sentido o valor.
A: ¿Esperas que tú pintura alcance esa perfección?
H: Me fascina la idea de la perfección, pero me fascina más aún la riqueza que encuentro en la contingencia y la imponderabilidad de representar, de hacer un modelo teórico del mundo, o al menos de una parte de él. Yo no comparto esas ansias. Me apasionan las representaciones, sobre todo las representaciones artísticas y en especial las pictóricas.
A: ¿No te importa imaginar una vía de escape?
H: Más que una escapatoria sí creo que existe una forma distinta de imagen: la recreación.
A: ¿Pero entonces sí hay algo más allá de la representación?
H: Es que ahí está la niebla. Un ídolo no representa, es, pero en la concepción de su forma debió operarse una organización de elementos, de signos. Me parece más bien que son formas interdependientes de la imaginación. Pero creo que es más importante la representación, porque empieza con la electio, con la selección de aquello a lo que se le dará forma substancial, una existencia cósica.
A: ¿El origen de la imagen?
H: No. El origen de las imágenes está en la triada percepción-imaginación-inteligencia. Y la electio, que es el primer estadio de la representación, es también el primer estadio de la imagen.
A: ¿Por electio entiendes la discriminación constructiva del arte clásico? ¿Zeuxis y las doncellas crotoniatas?
H: No exactamente. Cuando Zeuxis selecciona un rasgo de alguna de las modelos para construir la belleza ya se encuentra en una etapa sucesiva al sentido que su inteligencia confiere al mundo que ve. La pintura de Zeuxis es lo que su mirada elige, yo en cambio hablo de lo que elegimos con nuestra visión o, más bien, de lo que nuestra visión elige para nosotros.
A: ¿Quieres decir que hay algo fuera o más allá de nosotros que se sirve de nuestra visión?
H: Quiero decir que hay algo en nosotros que es todo lo que nos ha precedido y ha llegado a nosotros que nos hace preferir cierta información visual y además nos inclina a configurar esa información de cierta forma.

A: ¿Quieres decir que el sentido, en su acepción semiótica, es fisiológico, que el sentido es un instinto?
H: Sí. Creo que la percepción humana es ante todo un formidable laboratorio del sentido y creo que el hombre es un animal simbólico.



II

A: Volvamos al principio ¿Qué representa tu pintura?
H: No estoy seguro. Pienso que mi pintura está muy cercanamente emparentada con el arte prehistórico. Pienso que pinto a las mujeres y a los ángeles por las mismas razones que mis paisanos pintaban animales hace diez mil años. Retrato paredes por lo que la luz le hace a esas superficies… creo que hasta ahora esos han sido mis peores cuadros.
A: ¿Por qué los peores?
H: Por que hasta hace muy poco no estaba listo para pintar algo tan entramado como eso. Apenas he aprendido a mirar, y aún estoy aprendiendo a organizar lo que miro con una herramienta y un medio sobre un soporte. Además es un problema más pictórico que gráfico y hasta hace muy poco yo no pintaba realmente. La desesperación es un callejón sin salida. Fallas una y otra vez.
A: ¿Cuáles serían tus mejores cuadros?
H: Los que han venido desde “la María Antonieta chamorruda”.
A: ¿Por qué?
H: Porque siento que por fin me estoy volviendo pintura.
A: ¿Eso es pintar bien?
H: No lo sé. Creo que no necesariamente. Pero, además de estar viviendo y disfrutando la pintura como nunca antes, creo que estoy comenzando a llevarla a donde no sospechaba que podría hacerlo.
A: ¿A dónde?
H: Creo que me alejo cada vez más de la ilusión.
A: ¿Te alejas de la mímesis?
H: No, eso es lo más emocionante. Me parece que entre más me sumerjo en la pintura más me acerco a la dimensión recreativa de la mímesis. Creo que estoy empezando a darle substancia, sentido y faz a un mundo que sólo había soñado.
A: ¿Te alejas de la representación conforme vas acercándote a la recreación?
H: No necesariamente. Creo que pinturas como la María Antonieta tienen una clara anécdota por tema y pienso que son una representación de mi credo erótico y quizá también de mi visión de la Historia. Otras, como el políptico de La Conversión, toman la anécdota para hacer una crítica de la representación del espacio en la pintura. Y hay otras más, como interior que estoy pintando ahora, en las que pretendo que el color, el relieve y el plano lleven la mirada a un lugar indeterminado pero único.
A: ¿Qué comparten tus pinturas además de ti?
H: Me parece que con ellas intento hacer algo distinto a lo virtual.
A: Así que eres platónico después de todo (ríe).
H:(Ríe) Más bien diría que soy agustiniano, pero eso tú ya lo sabes bien. Amo el gran arte de la ilusión. A veces pienso que no soy ni la mitad de artista que un quadraturista promedio. Pero simplemente no me satisface hacer una imagen que se limite a la sensación de ver el mundo a través de una ventana. Me ha llevado mucho comprenderlo, pero por fin lo he aceptado y creo que he empezado a dar lo mejor de mí.
A: ¿Por qué entonces pintar sobre lienzos o tablas? ¿No es esto la forma más evidente de la ventana?
H: Sí, lo es, pero no he dicho que no crea en los límites del espacio pictórico. Lo que quiero decir es que no quiero filtros entre mi pintura y la mirada, no quiero una distancia segura entre ellos. Si mi pintura contiene filtros es porque los ha engullido.

jueves, 3 de marzo de 2011

Representación

Toda imagen visual es una representación y toda pintura es una imagen visual, por lo tanto toda pintura es una representación.

La representación desde el universo pictórico ha atravesado un sin fin de intentos de definición y complementación que se han ido concretando a través de las reflexiones teóricas a las que ha sido sometida, en algunos casos con efectos propositivos y otros no tanto e inclusive un tanto dañinos como cuando se le considero un freno para el progreso del campo pictórico; en su conjunto esta teoría, que desde una mirada muy radical podría resultar hasta intrascendente a la plena actividad del pintor, nos evidencia que el sentido de la representación en la pintura es amplia en sentidos, pues en realidad cada artista, con más o menos un camino propuesto por su contexto, propondrá una mirada y problemática particular al universo de la pintura.

En un primer paso, si a mi pintura pretendiera ubicarla en alguno de los niveles de representación que Bell describe la más próxima sería la representación pictórica, pero más allá de ubicarla en la antigua consideración de la mimesis, es decir: en una superficie plana reconoces un objeto tridimensional o un sustrato de la realidad tangible, a la representación pictórica la valoro como el resultado natural de la interacción pintor–lenguaje pictórico, considero que la mente, cuerpo y medios de un pintor insidien en un motivo, ya sea real o abstracto, y esta interacción materializan una imagen o representación pictórica.

Mi actual investigación pretende realizar un entrecruzamiento entre los lenguajes de la pintura y la escultura desde el campo de la pintura. Entre las hipótesis que me he planteado, en la que actualmente desarrollo la imagen que se manifiesta en mi pintura es escultórica, es decir: la representación pictórica de una escultura; no son esculturas en el estricto sentido de la disciplina, no recurro a los medios escultóricos tradicionales para efectuarlas, sino, son interpretaciones, donde el lenguaje escultórico es transferido a través del lenguaje pictórico (color, sistema constructivo, elementos compositivos) al espacio bidimensional.

Puede presentirse que el nivel de representación que se manifiesta en mi pintura es próxima la consideración “antigua” que menciona Bell: “las pinturas nos muestran, en dos dimensiones, cosas que podríamos ver [percibir] en tres”, ya que la obra mantiene la constante de que la representación, en un ojo inocente y fácilmente impresionable, no materializa conceptos abstractos, narrativas, o signos que sustituyen un determinado significado; como imagen son objetos y cuerpos que representan a sus referentes en si mismos, una representación mediante el lenguaje pictórico que pretende asemejarse lo mayor mente posible a su referente escultórico, sin embargo sería apresurado etiquetar la obra como una llana y simplista continuación del discurso mimético en su más elemental consideración, la razón de ser de estas esculturas pintadas, más que ver si se puede timar al ojo (si existe un cierto gusto por este juego), es ser referencia de entrecruzamiento disciplinal, la obra es la representación (materialización visual) de un concepto y es quizás en este caso donde la representación en mi obra vislumbre otro nivel.


martes, 1 de marzo de 2011

Representación


El uso de la representación en mi trabajo


En mi trabajo actual hay muchas variantes entre las piezas, por lo que me parece más sencillo tomar una para poder identificar específicamente sus elementos de representación, tomemos la pieza llamada el Informe.


“El In-forme”, 81x121cm. Collage, 2009
  
Cada pieza contiene en mayor o menor medida cada uno de los elementos que menciona Bell, pero sin duda algunos de ellos adquieren mayor importancia, así que comencemos con la representación pictórica, esta pieza en específico necesita para una lectura correcta el ancla del reconocimiento de la figura humana en su construcción, sin ella no habría una lectura en el sentido en el que se pretende.

La representación simbólica, como la lectura del conjunto de elementos constituyentes de la imagen, que a al ser colocados en el mismo espacio articulan a la vez otra significación, por un lado la presencia de notas de periódico que informan lo que aparece en la primera plana del diario L Prensa, perteneciente al día 2  de Septiembre de 2009, un día después de la fecha en que se entrega el informe presidencial, las noticias que tienen la mayor importancia en el día, todas ellas referentes a notas sensacionalistas que en realidad desinforman al lector, con información parcial de la realidad, el texto, al convertirse en una forma lineal con capacidad de construir  una figura humana, da la dimensión de construcción del personaje a partir del texto, y se amplía a una representación semántica de la pieza, en la que los elementos constituyen otra figuración significativa.

La práctica cohesiva de signos y símbolos que son reconocibles para una lectura comunicacional es lo que busco, aunque los fines no sean comerciales.

La subjetividad colocada en la pieza es el conjunto de conclusiones a las que llego,  con las que comprendo mi contexto, es por ello que necesito elementos que puedan ser interpretados por cualquier persona, la búsqueda subjetiva se restringe a mi percepción, pero la preocupación se centra en la colectividad de la masa social, la representación significante se lleva en esa dirección, la intención artística no se dirige a lo trascendente de la representación, ni siquiera en el uso de materiales, sino al efecto visual, y estos como herramienta de lo que busco principalemnte.

domingo, 27 de febrero de 2011

VICTOR SERRANO OROZCO. Niveles de representación en mi pintura.

“Tanto en pintura como en música y literatura, muchas veces lo que llaman abstracto me parece sólo lo figurativo de una realidad más delicada y más difícil, menos visible al ojo desnudo.”

Clarice Lispector, Para No Olvidar, 1978.

¿Cual que la manera de representar que utiliza mi pintura? Mucho tiempo se ha dicho que la abstracción en pintura significa evitar cualquier representación convencional o fiel del mundo, eliminando la reproducción fiel y mimética del entorno real y abogando por una visión más subjetiva de las cosas, así como por aspectos meramente formales de la pintura.

Sin embargo, la llamada pintura abstracta, que es el tipo de pintura en donde se inserta mi trabajo también posee niveles de representación que la equiparan a su llamada contraparte, la pintura figurativa.

Como todos los tipos de pintura que existen, la pintura que hago se sirve de distintos niveles que van desde lo meramente formal hasta lo sígnico y simbólico proveniente de las experiencias que retomo de la interacción con mi entorno para poder crear. El más superficial supone el lenguaje de los materiales. Dicha superficialidad es aparente pues cada material posee un lenguaje único, difícilmente reproducible mediante otro. Cuando necesito hablar de algo ligero, de algo transparente, recurro a algún material que se sirva del agua para trabajar y representar aquello que quiero decir. Es en éste momento cuando se accede a un nivel un poco más profundo.

Cuando necesito hablar de un tema en específico recurro a lenguajes simbólicos y asociativos por medio del uso de los materiales, de los procesos técnicos, del manejo del color para decir lo que quiero. Ahora bien, estas asociaciones lingüísticas y simbólicas pueden no ser accesibles a todo mundo pues a pesar de que existen convenciones dentro de un conocimiento para entender que es lo que puede expresar determinado color, llega un momento en que yo mismo realizo asociaciones simbólicas a partir de experiencias personales. Difícilmente alguien podría saber de que hablo si no tiene como referencia mi punto de partida para construir el lenguaje de mi pintura.

Para el caso de los viajes, el tema que actualmente trabajo en mi obra, el tipo de representación que hago es justamente ésta, una representación a partir de asociaciones sígnicas y simbólicas que nacen de aspectos muy de las experiencias de viaje. No es de mi interés representar una geografía o una topografía. Si acaso habrá indicios de territorio mas no un territorio necesariamente reconocible. Lo que me importa realmente es representar la manera en como entiendo el entorno dentro del cual me muevo y al cual viajo. Me interesa encontrar diferencias entre mi entorno original y el entorno nuevo en el cual me encuentro. Como se trata de un instante por demás fugaz, creo que la impresión que el lugar me deja es más intensa. Justamente se basa en impresiones, traducidas a partir de los materiales pictóricos que más se adecuen a ellas. Si veo un color distinto en la luz, una incidencia en los objetos distinta a la que creía conocer, si una neblina hace desaparecer los objetos o vela la luz del sol y la hace opalescente, es de ahí, por ejemplo, de donde surgiría un motivo para mi pintura. Es por ello que digo que la representación de la que se vale mi trabajo se trata de una representación simbólica.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Apuntes para un estudio sobre el arte de James Turrell

Bajo la tutela de Diana Salazar he empezado a redescubrir la inquietante obra de James Turrell. Creo que no he visto antes nada igual. Cuando frecuentaba la cátedra de Historia del Arte de Emidio de Albentiis vi algunas imágenes a las que no presté mucha atención. Ahora que planteo una investigación sobre la representación y recreación como dimensiones de la pintura, la obra de Turrell y la rama Light and Space del minimalismo adquieren una extraña e incómoda relevancia. Recientemente he replanteado mi investigación a partir de la obra de Gerhard Richter porque es él quien más largamente ha recorrido el horizonte de la desilusión como estrategia de la imagen. El arte de Richter es el vínculo más evidente entre lo que Hal Foster llama las dos genealogías de las imágenes contemporáneas: la genealogía minimalista y la genealogía pop. Hoy los discernimientos sobre la posibilidad de la pintura parecen llevar inevitablemente a Richter, porque su arte se ha convertido en el principal referente para observar las tácticas con las que se puede alcanzar la desilusión. Sin embargo el arte de Turrell, casi diez años menor que el pintor de Dresden, parece escapar a esa máxima órbita richterina. Considerando las ideas de Foster, podríamos decir que entre los dos artistas existe una lejana parentela ya que la obra de Turrell se inscribe en la genealogía minimalista del arte actual; pero es pertinente subrayar que ha alcanzado dimensiones no alcanzadas por artistas como Barnett Newman, John McLaughlin o incluso Mark Rothko.

La obra de James Turrell detona experiencias mucho más poderosas que aquella ociosa y monótona diversión del intelecto que hoy somos propensos a llamar ‘reflexión’. Ante piezas como los skyspaces, el espectador está obligado a confrontarse con una experiencia de lo sacro a través del antiquísimo fenómeno informador de la consciencia que llamamos contemplación. Al menos se contempla el principio de lo sacro como lo describirían Rudolf Otto y Mircea Eliade. Para Otto lo sacro se manifiesta como una otredad total (ganz andere) con respecto al continuum del mundo. A partir de esta manifestación de una naturaleza distinta a la del mundo, el mundo mismo se ordena en la mente del individuo. Lo sacro es un umbral que determina el conocimiento posible del espacio y del tiempo. Turrell ha dicho que sus piezas están concebidas para un individuo idealizado, un individuo que pueda pasar mucho más que unos cuantos segundos ante el arte. Esto significa para mí que el arte de Turrell está concebido para un contemplador. En la era de internet y la interacción virtual, los skyspaces tienen el poder de devolver a cualquiera la experiencia de la contemplación. Creo que esta sería razón suficiente para afirmar que puede hablarse únicamente de posmodernidad cronológica en el arte de Turrell. En su apogeo su arte es atemporal en el sentido de que su experiencia rebasa los signos de una época. Y sin embargo su obra sí está rodeada y permeada por un aura de modernidad. ¿Por qué? ¿Dónde está la modernidad en Turrell?

La obra de James Turrell propone la luz, el espacio y el tiempo como esencia del arte; me atrevería a decir que en estos tres fenómenos Turrell define la esencia de la estética. Esta búsqueda de lo esencial es afín y consecuente a la modernidad del arte desde el romanticismo hasta las vanguardias del s. XX. Turrell es un moderno dentro de la posmodernidad que es la era de lo transitorio y lo insignificante. Hay dos razones por las que Turrell se distingue de artistas contemporáneos como Richter o Christo. Estos dos artistas, sobre todo Richter, son estrategas de la desilusión, que es quizá la única postura crítica realmente poderosa ante la imagen posmoderna. En términos muy toscos, Richter afirma que la imagen fotográfica está tan lejos de la realidad como cualquier otro tipo de representación bidimensional y Christo recuerda que toda marca humana o natural, toda forma del mundo visible, es transitoria desde una perspectiva sobrehumana del tiempo. De esta manera ambos, tanto el pintor como el instalador, apuestan por la desilusión como condición de lo sublime posmoderno. Podríamos decir que lo sublime posmoderno es al menos parcialmente antitético a lo sublime moderno, porque consiste en una revelación de la naturaleza limitada de las cosas mientras que lo segundo es una percepción y una consciencia de lo infinito. Es por estas dos razones que la obra de James Turrell se distingue con una luz tan particular en la constelación de los artistas contemporáneos: porque, en dos vertientes, apuesta por el aspecto más antiguo de lo sublime y porque apuesta seriamente por la ilusión.

Antes de emprender un estudio concienzudo sería importante anotar está pertenencia en la que se podría clasificar las piezas que constituyen la obra del artista. Desde una perspectiva antológica me parece que la obra de Turrell es una especie de díptico gigantesco, en el que pueden distinguirse dos planteamientos claros: a) instalaciones.- espacios intervenidos por la imaginación del artista que proponen la ilusión como fenómeno a contemplar; b) arquitecturas.-espacios imaginados por el artista y realizados según un diseño de su autoría en los que se fija al cosmos como experiencia estética. Quizá pueda hablarse de una tercera clase de pieza como la House of light de Niigata, en la que ambas definiciones espaciales y ambos tipos de fenómeno son colindantes o coincidentes. En cualquier tipo de espacio es evidente la idea del umbral que mencioné anteriormente. Las instalaciones en general tienen un carácter temporal determinado que podríamos llamar efímero respecto a las arquitecturas, aunque sin duda su permanencia en la mente y la imaginación del contemplador no podría tacharse de pasajera. Las piezas presentadas en museos, como Meeting o que se valen temporalmente de arquitecturas no concebidas como espacio contemplativo como la instalación Zug City en Suiza, corresponden a este grupo. Por otro lado, las arquitecturas, emblemáticamente represenadas por el proyecto Roden Crater son quizá los espacios más fascinantes concebidos por Turrell. Al artista parece importar mucho más que sean espacios habitables por los fenómenos de la luz celeste que por seres humanos. Turrell ha dicho que el cielo viene a habitar las recámaras que él construye en Arizona. Esto significa que el artista está construyendo algo que quizá no se había hecho sobre la faz de la tierra desde hace unos dos siglos cuando menos: una arquitectura cósmica. Podría argumentarse que los observatorios astronómicos de la actualidad son arquitecturas concebidas para observar el cosmos. Es ahí precisamente donde está la diferencia radical con respecto a la obra de Turrell: hoy se construyen puntos de observación científica con fines cuantificadores. El astrónomo que se vale del telescopio pretende enumerar, nombrar, clasificar; Turrell pretende unir y contemplar. Las arquitecturas de Arizona están mucho más emparentadas con la idea de espacio que construyó los no lejanos poblados anasazi o los centros ceremoniales mayas como Dzibilchaltún, que con cualquier sitio telescópico. Para estos pueblos, como para Turrell, la arquitectura era el punto en el que se unen el cielo y la tierra. Si los primeros skyspaces instalados en varios museos del mundo invertían la vieja dimensión de la ventana imaginaria que ha dominado el arte de Occidente desde poco antes de la era moderna (Space that sees), a través de la arquitectura Turrell ha rebasado la dimensión de lo que se delimita a la altura de nuestros ojos y ha revelado al umbral como una alternativa poderosa y conmovedora—me refiero a la conmoción—a los planteamientos del arte actual. Porque más allá de ser un tropos de la realidad o de la irrealidad, la obra de Turrell se ha convertido en el umbral por el que de hecho vienen a nosotros esas cosas que, parafraseando a Cicerón, son los dioses originales: la luz, el cielo, la tierra.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Reporte sobre la exposición "Saturnino Herrán: Instante subjetivo".

Como parte de los eventos oficiales para festejar el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, se lleva a cabo la exposición “Saturnino Herrán: Instante subjetivo” en el Palacio de Bellas Artes. Esta muestra presenta obra pictórica, dibujos e ilustraciones del pintor mexicano Saturnino Herrán (1887-1918). La curaduría está a cargo del nieto del autor: Saturnino Herrán Gudiño. Quien a través de cinco secciones ofrece una mirada panorámica de la obra de su abuelo. A partir de dos condiciones en las cuales se presenta la exposición, revisión de la obra del pintor y contexto de celebraciones, podemos observar el tratamiento que se le da a la obra tanto en el discurso mismo de la exposición como en el modo en que un estatus institucional condiciona la presentación de la obra.

Primeramente, la obra de Saturnino Herrán es presentada en cinco secciones principales integradas según las temáticas abordadas por el pintor. La primera sección, titulada “Forjadores de tierra”, integrada por 9 óleos y un dibujo al carbón, se encuentran bajo la categoría temática del “trabajo”. En estas piezas aparecen diversos personajes realizando alguna labor productiva. Las piezas centrales son dos paneles del mural transportable ”Alegoría de la construcción” y “Alegoría del trabajo”, ambos de 1911. Las piezas están relacionadas al mostrar obreros con sus familias y esfuerzo físico. En tanto que, en la pared, aparece una cita de José Clemente Orozco (1883-1949) sobre la adopción de los entornos y elementos culturales mexicanos en la entonces reciente pintura mexicana; resaltado la “confianza en nosotros mismos” como miembros de una nación. La segunda parte de la exposición, “El universo en el balneario interminable”, toma su título del texto “Oración fúnebre” del poeta Ramón López Velarde (1888-1921) tomado de “El minutero”. En ella las ideas abordadas son el erotismo y la sensualidad, las cuales son presentadas como una respuesta a “la red arterial del capital y la proyección oscura de la ruindad sobre los hombres.” Para integrar esta sección se echó mano de aquellas obras, siete óleos y seis dibujos, referentes principalmente a desnudos y besos. Quedando como principal pieza el tríptico de “La leyenda de los volcanes” (1910). La siguiente parte se denomina “Ella se quema de nosotros” y trata sobre una temática más bien referente a la senectud, frase tomada, nuevamente, de “El minutero” de López Velarde. Donde aparecen ciegos (pieza principal), “Las tres edades” y “El cofrade de San Miguel”. El texto de sala alega una visión de esperanza y vitalidad del artista en contraste con temáticas europeas. Cabe destacar que antes de pasar a esta sala se encuentran nueve piezas, ocho óleos y una mixta sobre papel, cuyas imágenes corresponden a criollas portando mantones de Manila, una tehuana, una joven con calabaza, una vendedora de flores y una pareja bailando el jarabe. De acuerdo a la museografía, no queda claro a qué sección pertenecen estas pinturas. Las cuales sólo están acompañadas de una cita de Orozco puesta en la pared en la que relata la vuelta de los artistas de aquellos tiempos a los colores, paisajes y temáticas que resultaban “familiares” a los mexicanos. Con este pequeño texto, da la impresión de que estas piezas sólo están sostenidas discursivamente con un alfiler al resto de la exposición. Posteriormente, un pasillo que lleva de una sala a la siguiente es aprovechada para mostrar los trabajos de ilustración de Saturnino Herrán. Este pequeño y casual espacio dedicado a dichos trabajos relegan las ilustraciones a un nivel anecdótico en la producción del artista. En seguida se muestran 14 retratos bajo el título de “Una patria no histórica ni política, sino íntima.” Francamente, el título se relaciona muy poco con la obra presentada. Pues si el texto de sala que la acompaña destaca la “capacidad de mirar a la persona en su riqueza interior”, la parte de la patria queda como una adición forzada pues los retratos mismos no la implican en lo más mínimo. Finalmente, la sala denominada “La trinchera elegida” está dedicada principalmente al proyecto inconcluso “Nuestros dioses” (1915-1918). Haciendo referencia a la elaboración de un imaginario libre sobre el pasado precortesiano. Museográficamente, la exposición repite una formula de montaje en las cinco obras: piezas centrales rodeadas por otras de menor tamaño, generalmente. Además de que su lectura es obligatoriamente lineal. Lo cual acentúa el carácter didáctico de la exposición y condiciona la lectura de la obra como progresión cronológica en la vida del autor.

Ahora bien, es difícil para mí dejar de lado el pretexto principal de la exposición, los festejos del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, en la apreciación del evento; así como el estigma de Monumento Artístico que pesa sobre la obra de Saturnino Herrán. En primer lugar, la exposición se presenta más bien como un vistazo al trabajo del pintor, sin ahondar en alguna pertinencia de su repertorio pictórico dentro de la historia del arte en México; situación quizá más ad hoc con una celebración histórica. Por el contrario, cada una de las temáticas abordadas parece apenas insinuar un posible discurso en torno a las piezas o de los discursos a ellas adjudicados. Tal es el caso de la identidad nacional aludida en los mitos, personajes y actividades representados en las pinturas. Así lo dice el texto de sala que recibe a los visitantes: “A lo largo de una década de arduo trabajo y sin arrastrar el fardo de la culpa, halló el sentido del mestizaje básico que nos constituye. Con el reconocimiento eterno del cuerpo, de nuestros cuerpos, trazó un mapa de la semejanza, sensual y erótico, una versión de nosotros mismos.” A este respecto, de acuerdo a un boletín del Instituto Nacional de Bellas Artes, la exposición se centra en “el análisis de construcción de un imaginario basado en el puente entre la tradición prehispánica y el México de principios del siglo XX, no como una ruptura con la tradición, sino como una continuidad que incorpora los diversos puntos de vista de cada estrato social.”[1] Por otra parte, me llama mucho la atención del título que encabeza la selección de retratos: “Una patria no histórica ni política, sino íntima”. Esta frase me parece bastante provocadora y preocupante viniendo, sobre todo, de una institución gubernamental. Si la exhibición se debe principalmente a un par de festejos históricos, apelar a una patria “no histórica” es contradictorio. Además, la situación del sistema educativo mexicano está pasando por un momento crítico debido a su obsolescencia y a las propuestas de los gobiernos de derecha, que van desde la eliminación de episodios históricos en los libros de texto, como la conquista, en el sexenio de Vicente Fox hasta la implantación de la Alianza para la Calidad de la Educación de la actual presidencia, que implica entre otras cosas una mayor carga burocrática a los profesores. Acarreando así el descuido de sus respectivas clases. Sin mencionar la orden del Ejecutivo, en enero de 2010, de eliminar la Delegación permanente de México ante la UNESCO, alegando un ahorro mensual de 206 mil dólares.[2] En tanto que, en el terreno político, con el afán de proteger sus intereses económicos, una compañía como Televisa claramente pretende posicionar a Enrique Peña Nieto como candidato a la Presidencia de la República rumbo a las elecciones del 2012 ofreciéndolo como un espectáculo telenovelezco. Invitando al electorado a participar de la intimidad del personaje al transmitir su ceremonia de matrimonio. Y si a este panorama se añade la carencia de actitud crítica y analítica, por parte de las autoridades, ante la historia de México con motivo de estas festividades, se tiene como resultado que “Una patria no histórica ni política, sino íntima” quedaría de lema como anillo al dedo de los gobiernos de las últimas décadas.

Por otro lado, también es de notar la manera en la cual el estatus de Monumento Artístico predispone tanto la exhibición como la lectura de la obra de Saturnino Herrán. Aunque es necesario recordar la cercanía del pintor con las instituciones de educación y cultura gubernamentales durante su vida. Como en los trabajos que realizó para los murales transportables alegóricos a la construcción y el trabajo o los paneles inconclusos para el mismo Palacio de Bellas Artes, incluidos ambos en esta exposición. La calidad de su trabajo así como su estrecha relación con las instituciones le fue abriendo el camino hacia una “sacralización” que se manifestó desde, incluso, los primeros años del INBA. Como resultado de la política cultural de los gobiernos posrevolucionarios quienes buscaban legitimarse a través de obras de contenido nacionalista y didáctico. Y a pesar del cambio gubernamental del nacionalismo al cosmopolitismo desde la década de 1960, en 1988, un año después de una exposición-homenaje, se le confirió el título de Monumento Artístico.[3] A partir de entonces la manera de exponer sus pinturas responde principalmente a este criterio; es decir, exposiciones-homenaje. Como documentos, o mejor dicho, reliquias artísticas e históricas. En otras palabras, bajo el pretexto de presentar la obra como Monumento, se merman las posibilidades de un cuestionamiento más profundo sobre sus atributos plásticos y/o pertinencia en las celebraciones del Bicentenario y Centenario. Pareciera que la “monumentalidad” otorgada actuara más como una mortaja a la obra del artista. Al adquirir ese honor se adquiere también un certificado de defunción de la obra. Ahora ya es museificable en el sentido negativo del término. Se le aísla en una vitrina y deja de interactuar con el presente de manera activa. Más que relacionarse con la producción artística contemporánea, sólo puede admirársele y consultársele del mismo modo en que se admira y consulta a la Coatlícue en el Museo Nacional de Antropología e Historia. De esta manera, cualquier aspecto en ella que pudiera propiciar una reflexión sobre alguna problemática histórica y actual, tanto en el arte como en cualquier otro rubro, queda anulada por el título nobiliario que otorga la institucionalidad. Citando a García Canclini: “Precisamente porque el patrimonio cultural se presenta como ajeno a los debates sobre la modernidad constituye el recurso menos sospechoso para garantizar la complicidad social.”[4] Y al observar la exposición “Instante subjetivo” esto es precisamente lo que ha sucedido con la obra de Saturnino Herrán.

Concluyendo, esta exhibición me ha hecho reflexionar sobre el uso que se le da a la obra del artista, sobre todo sin su consentimiento. Durante los gobiernos posrevolucionarios, la obra nacionalista fue tomada como franca propaganda política. A partir de la década de 1960 el gobierno viró su política hacia el cosmopolitismo y la apertura económica, así que retiró su apoyo al nacionalismo y promovió al arte abstracto. Ahora, en el aniversario de la Independencia y la Revolución, la obra de Herrán se presenta como un cascarón vacío, al igual que el resto de las festividades realizadas. Quizá para ocultar los desaciertos y deudas históricas pendientes. Si bien es verdad que un artista debe hacer su trabajo sin importar lo que suceda en el exterior, también es cierto que si no dice “esta voz es mía” se entrega al devenir, bueno o malo, sin oponer ninguna resistencia. Tal vez logre hacerse respetar, tal vez el tiempo termine por consumir su lucha. Pero si ya en cierta manera es una declaración de independencia dedicarse al arte, ¿por qué no continuar la lucha si el primer paso ya se ha dado?



[1] Saturnino Herrán: Instante subjetivo, INBA, “http://www.bellasartes.gob.mx/index.php/component/content/article/51-ultimasnoticias/159-saturnino.html”,

Consultado el 28 de noviembre de 2010.

[2] Gaceta Parlamentaria. Cámara de Diputados LXI Legislatura, Punto de acuerdo por el que se exhorta al Ejecutivo Federal a instruir a la SRE para que la Delegación permanente ante la UNESCO mantenga embajador específico y autónomo de cualquier otra embajada de México, suscrita por el diputado Felipe Solís Acero, del grupo parlamentario del PRI”, México, 20 de enero de 2010.

[3] El Economista, La obra de Saturnino Herrán llega a Bellas Artes, “http://eleconomista.com.mx/entretenimiento/2010/10/22/obra-saturnino-herran-llega-bellas-artes”

Consultado el 28 de noviembre de 2010.

[4] García Canclini, Nestor, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Random House Mandadori S.A. de C.V., México, 2009. p. 150.