lunes, 29 de noviembre de 2010

Reporte sobre la exposición "Saturnino Herrán: Instante subjetivo".

Como parte de los eventos oficiales para festejar el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, se lleva a cabo la exposición “Saturnino Herrán: Instante subjetivo” en el Palacio de Bellas Artes. Esta muestra presenta obra pictórica, dibujos e ilustraciones del pintor mexicano Saturnino Herrán (1887-1918). La curaduría está a cargo del nieto del autor: Saturnino Herrán Gudiño. Quien a través de cinco secciones ofrece una mirada panorámica de la obra de su abuelo. A partir de dos condiciones en las cuales se presenta la exposición, revisión de la obra del pintor y contexto de celebraciones, podemos observar el tratamiento que se le da a la obra tanto en el discurso mismo de la exposición como en el modo en que un estatus institucional condiciona la presentación de la obra.

Primeramente, la obra de Saturnino Herrán es presentada en cinco secciones principales integradas según las temáticas abordadas por el pintor. La primera sección, titulada “Forjadores de tierra”, integrada por 9 óleos y un dibujo al carbón, se encuentran bajo la categoría temática del “trabajo”. En estas piezas aparecen diversos personajes realizando alguna labor productiva. Las piezas centrales son dos paneles del mural transportable ”Alegoría de la construcción” y “Alegoría del trabajo”, ambos de 1911. Las piezas están relacionadas al mostrar obreros con sus familias y esfuerzo físico. En tanto que, en la pared, aparece una cita de José Clemente Orozco (1883-1949) sobre la adopción de los entornos y elementos culturales mexicanos en la entonces reciente pintura mexicana; resaltado la “confianza en nosotros mismos” como miembros de una nación. La segunda parte de la exposición, “El universo en el balneario interminable”, toma su título del texto “Oración fúnebre” del poeta Ramón López Velarde (1888-1921) tomado de “El minutero”. En ella las ideas abordadas son el erotismo y la sensualidad, las cuales son presentadas como una respuesta a “la red arterial del capital y la proyección oscura de la ruindad sobre los hombres.” Para integrar esta sección se echó mano de aquellas obras, siete óleos y seis dibujos, referentes principalmente a desnudos y besos. Quedando como principal pieza el tríptico de “La leyenda de los volcanes” (1910). La siguiente parte se denomina “Ella se quema de nosotros” y trata sobre una temática más bien referente a la senectud, frase tomada, nuevamente, de “El minutero” de López Velarde. Donde aparecen ciegos (pieza principal), “Las tres edades” y “El cofrade de San Miguel”. El texto de sala alega una visión de esperanza y vitalidad del artista en contraste con temáticas europeas. Cabe destacar que antes de pasar a esta sala se encuentran nueve piezas, ocho óleos y una mixta sobre papel, cuyas imágenes corresponden a criollas portando mantones de Manila, una tehuana, una joven con calabaza, una vendedora de flores y una pareja bailando el jarabe. De acuerdo a la museografía, no queda claro a qué sección pertenecen estas pinturas. Las cuales sólo están acompañadas de una cita de Orozco puesta en la pared en la que relata la vuelta de los artistas de aquellos tiempos a los colores, paisajes y temáticas que resultaban “familiares” a los mexicanos. Con este pequeño texto, da la impresión de que estas piezas sólo están sostenidas discursivamente con un alfiler al resto de la exposición. Posteriormente, un pasillo que lleva de una sala a la siguiente es aprovechada para mostrar los trabajos de ilustración de Saturnino Herrán. Este pequeño y casual espacio dedicado a dichos trabajos relegan las ilustraciones a un nivel anecdótico en la producción del artista. En seguida se muestran 14 retratos bajo el título de “Una patria no histórica ni política, sino íntima.” Francamente, el título se relaciona muy poco con la obra presentada. Pues si el texto de sala que la acompaña destaca la “capacidad de mirar a la persona en su riqueza interior”, la parte de la patria queda como una adición forzada pues los retratos mismos no la implican en lo más mínimo. Finalmente, la sala denominada “La trinchera elegida” está dedicada principalmente al proyecto inconcluso “Nuestros dioses” (1915-1918). Haciendo referencia a la elaboración de un imaginario libre sobre el pasado precortesiano. Museográficamente, la exposición repite una formula de montaje en las cinco obras: piezas centrales rodeadas por otras de menor tamaño, generalmente. Además de que su lectura es obligatoriamente lineal. Lo cual acentúa el carácter didáctico de la exposición y condiciona la lectura de la obra como progresión cronológica en la vida del autor.

Ahora bien, es difícil para mí dejar de lado el pretexto principal de la exposición, los festejos del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, en la apreciación del evento; así como el estigma de Monumento Artístico que pesa sobre la obra de Saturnino Herrán. En primer lugar, la exposición se presenta más bien como un vistazo al trabajo del pintor, sin ahondar en alguna pertinencia de su repertorio pictórico dentro de la historia del arte en México; situación quizá más ad hoc con una celebración histórica. Por el contrario, cada una de las temáticas abordadas parece apenas insinuar un posible discurso en torno a las piezas o de los discursos a ellas adjudicados. Tal es el caso de la identidad nacional aludida en los mitos, personajes y actividades representados en las pinturas. Así lo dice el texto de sala que recibe a los visitantes: “A lo largo de una década de arduo trabajo y sin arrastrar el fardo de la culpa, halló el sentido del mestizaje básico que nos constituye. Con el reconocimiento eterno del cuerpo, de nuestros cuerpos, trazó un mapa de la semejanza, sensual y erótico, una versión de nosotros mismos.” A este respecto, de acuerdo a un boletín del Instituto Nacional de Bellas Artes, la exposición se centra en “el análisis de construcción de un imaginario basado en el puente entre la tradición prehispánica y el México de principios del siglo XX, no como una ruptura con la tradición, sino como una continuidad que incorpora los diversos puntos de vista de cada estrato social.”[1] Por otra parte, me llama mucho la atención del título que encabeza la selección de retratos: “Una patria no histórica ni política, sino íntima”. Esta frase me parece bastante provocadora y preocupante viniendo, sobre todo, de una institución gubernamental. Si la exhibición se debe principalmente a un par de festejos históricos, apelar a una patria “no histórica” es contradictorio. Además, la situación del sistema educativo mexicano está pasando por un momento crítico debido a su obsolescencia y a las propuestas de los gobiernos de derecha, que van desde la eliminación de episodios históricos en los libros de texto, como la conquista, en el sexenio de Vicente Fox hasta la implantación de la Alianza para la Calidad de la Educación de la actual presidencia, que implica entre otras cosas una mayor carga burocrática a los profesores. Acarreando así el descuido de sus respectivas clases. Sin mencionar la orden del Ejecutivo, en enero de 2010, de eliminar la Delegación permanente de México ante la UNESCO, alegando un ahorro mensual de 206 mil dólares.[2] En tanto que, en el terreno político, con el afán de proteger sus intereses económicos, una compañía como Televisa claramente pretende posicionar a Enrique Peña Nieto como candidato a la Presidencia de la República rumbo a las elecciones del 2012 ofreciéndolo como un espectáculo telenovelezco. Invitando al electorado a participar de la intimidad del personaje al transmitir su ceremonia de matrimonio. Y si a este panorama se añade la carencia de actitud crítica y analítica, por parte de las autoridades, ante la historia de México con motivo de estas festividades, se tiene como resultado que “Una patria no histórica ni política, sino íntima” quedaría de lema como anillo al dedo de los gobiernos de las últimas décadas.

Por otro lado, también es de notar la manera en la cual el estatus de Monumento Artístico predispone tanto la exhibición como la lectura de la obra de Saturnino Herrán. Aunque es necesario recordar la cercanía del pintor con las instituciones de educación y cultura gubernamentales durante su vida. Como en los trabajos que realizó para los murales transportables alegóricos a la construcción y el trabajo o los paneles inconclusos para el mismo Palacio de Bellas Artes, incluidos ambos en esta exposición. La calidad de su trabajo así como su estrecha relación con las instituciones le fue abriendo el camino hacia una “sacralización” que se manifestó desde, incluso, los primeros años del INBA. Como resultado de la política cultural de los gobiernos posrevolucionarios quienes buscaban legitimarse a través de obras de contenido nacionalista y didáctico. Y a pesar del cambio gubernamental del nacionalismo al cosmopolitismo desde la década de 1960, en 1988, un año después de una exposición-homenaje, se le confirió el título de Monumento Artístico.[3] A partir de entonces la manera de exponer sus pinturas responde principalmente a este criterio; es decir, exposiciones-homenaje. Como documentos, o mejor dicho, reliquias artísticas e históricas. En otras palabras, bajo el pretexto de presentar la obra como Monumento, se merman las posibilidades de un cuestionamiento más profundo sobre sus atributos plásticos y/o pertinencia en las celebraciones del Bicentenario y Centenario. Pareciera que la “monumentalidad” otorgada actuara más como una mortaja a la obra del artista. Al adquirir ese honor se adquiere también un certificado de defunción de la obra. Ahora ya es museificable en el sentido negativo del término. Se le aísla en una vitrina y deja de interactuar con el presente de manera activa. Más que relacionarse con la producción artística contemporánea, sólo puede admirársele y consultársele del mismo modo en que se admira y consulta a la Coatlícue en el Museo Nacional de Antropología e Historia. De esta manera, cualquier aspecto en ella que pudiera propiciar una reflexión sobre alguna problemática histórica y actual, tanto en el arte como en cualquier otro rubro, queda anulada por el título nobiliario que otorga la institucionalidad. Citando a García Canclini: “Precisamente porque el patrimonio cultural se presenta como ajeno a los debates sobre la modernidad constituye el recurso menos sospechoso para garantizar la complicidad social.”[4] Y al observar la exposición “Instante subjetivo” esto es precisamente lo que ha sucedido con la obra de Saturnino Herrán.

Concluyendo, esta exhibición me ha hecho reflexionar sobre el uso que se le da a la obra del artista, sobre todo sin su consentimiento. Durante los gobiernos posrevolucionarios, la obra nacionalista fue tomada como franca propaganda política. A partir de la década de 1960 el gobierno viró su política hacia el cosmopolitismo y la apertura económica, así que retiró su apoyo al nacionalismo y promovió al arte abstracto. Ahora, en el aniversario de la Independencia y la Revolución, la obra de Herrán se presenta como un cascarón vacío, al igual que el resto de las festividades realizadas. Quizá para ocultar los desaciertos y deudas históricas pendientes. Si bien es verdad que un artista debe hacer su trabajo sin importar lo que suceda en el exterior, también es cierto que si no dice “esta voz es mía” se entrega al devenir, bueno o malo, sin oponer ninguna resistencia. Tal vez logre hacerse respetar, tal vez el tiempo termine por consumir su lucha. Pero si ya en cierta manera es una declaración de independencia dedicarse al arte, ¿por qué no continuar la lucha si el primer paso ya se ha dado?



[1] Saturnino Herrán: Instante subjetivo, INBA, “http://www.bellasartes.gob.mx/index.php/component/content/article/51-ultimasnoticias/159-saturnino.html”,

Consultado el 28 de noviembre de 2010.

[2] Gaceta Parlamentaria. Cámara de Diputados LXI Legislatura, Punto de acuerdo por el que se exhorta al Ejecutivo Federal a instruir a la SRE para que la Delegación permanente ante la UNESCO mantenga embajador específico y autónomo de cualquier otra embajada de México, suscrita por el diputado Felipe Solís Acero, del grupo parlamentario del PRI”, México, 20 de enero de 2010.

[3] El Economista, La obra de Saturnino Herrán llega a Bellas Artes, “http://eleconomista.com.mx/entretenimiento/2010/10/22/obra-saturnino-herran-llega-bellas-artes”

Consultado el 28 de noviembre de 2010.

[4] García Canclini, Nestor, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Random House Mandadori S.A. de C.V., México, 2009. p. 150.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Saturnino Herrán: necedades subjetivas; o de cómo ni la revolución ni la reacción han hecho justicia a un Maestro del Arte.

Casi un siglo después, Saturnino Herrán llega por fin a lo que quizá él mismo vislumbró como el recinto de su destino: El Teatro Nacional, hoy Palacio de Bellas Artes. Hace veintidós años, la cultura institucional de México quiso celebrar el centenario del nacimiento del pintor, sumándolo al del amigo y espejo Ramón López Velarde. Para la ocasión, se propuso un peregrinaje entre los espacios cuyas colecciones custodian las gotas del precioso y avaro néctar que es hoy su obra, que fuera truncada por la negligencia taumatúrgica. Entonces también se editó un catálogo que hasta ahora había permanecido como la única ocasión de apreciar la integridad monumental de su labor artística. La cereza de aquel pastel fue precisamente la declaratoria de monumento artístico y patrimonio nacional de la obra del Maestro de Aguascalientes, empedernido amante de la flora y la fauna femeninas, así como de las ambigüedades y oscilaciones de la Belleza.

Ahora que finalmente llega la ocasión de ver en un mismo lugar buena parte del cuerpo de su obra, puedo imaginar la gran dificultad del querer presentar la pintura de Herrán con un propósito discursivo y, peor aún, explicativo: su grandeza es evidente, no obvia. Si otro titán fuera el convidado a La alameda, (digamos Orozco: misma generación, misma estatura pero más longeva), sería tal vez más fácil distraerse con importantes planteamientos como la cantidad de piezas deseada por el curador, el directorio de una veintena de museos mexicanos y gringos, o las emociones y pareceres que la plástica haya provocado a la literatura. ¿Pero cómo explicar, no pretendamos a un pueblo, sino a una clase media que varios dibujos y unos cuantos cuadros “costumbristas” son tan valiosos para la cultura cuanto los irreverentes muros de San Ildefonso y la incendiaria bóveda de Guadalajara? ¿Cómo explicar que esto no figure en portadas de libros escolares? ¿Cómo evadir las trazas ideológicas? Y a la lista hay que agregar dificultades de otra índole.

Supongo que en la imaginación de los funcionarios federales, la exposición antológica Saturnino Herrán: instante subjetivo debe ser uno de los grandes aciertos en su administración de la política cultural. En el marco de las pirotecnias gubernamentales y empresariales para celebrar dos siglos de algo que no estoy muy seguro que seamos, ni que comprendamos o que al menos deseemos en común, esta exposición es algo que, en palabras de la propia Teresa Vicencio “no podía faltar”. Debe ser una parte importante del epílogo—o el epitafio—de la fiesta. Algo así como el petardo multicolor—el castillo ya se ha prendido el 16 de septiembre en la plaza de armas: espectacular homenaje a Michael Jackson y rave techno-psycho incluido. Dijo también la directora del INBA que la obra de Herrán “es un reflejo del México que hemos construido”. Yo tendría por lo menos un par de objeciones a esta aseveración. Pienso que Saturnino Herrán vio—y retrató—a una élite que pretendió y creyó construir una nación, una modernidad mexicana. El pintor nació en el punto álgido de ese proyecto nacional y vivió para ver el estallido de una guerra civil que significó ante todo la incapacidad de dicho proyecto para renovarse, para ser incluyente, para seguir el paso a los cambios que con el mismo se habían generado. “Él único pecado de Porfirio Díaz fue envejecer”, apuntaba con perspicacia Álvaro Obregón. Tras la guerra civil, otro proyecto nacional pretendió reconstruir y sobre todo definir a México: dar de una vez por todas con el alma nacional y darle su lugar entre las demás. Herrán no vivió para ver los nuevos frutos y las nuevas injusticias de ese nuevo proyecto nacional; pero en su pintura vive el sueño de una nueva estación de lo mexicano. Así que, tomando en cuenta que hoy el país vive una vez más un estado de guerra civil, quizá no sería descabellado articular un discurso meta-histórico con respecto a nuestra nación y el arte de Herrán. Pero hay que considerar que los mexicanos de hoy no hemos logrado construir mucho. Muy lejos está hoy la nación de verse construida. Parece más bien que vivimos entre las ruinas de lo que alguna vez se intentó construir, después se procuró desmantelar y ahora francamente se abandona a su auto-destrucción… perdón: a su suerte. Por esto substituiría el “reflejo del México que hemos construido” por un “destello del México que habría podido ser”. Atestiguamos pues uno de los más clamorosos (y más recurrentes) desatinos en la difusión de la cultura: utilizar al arte como munición política. Aunque quizá en estas líneas sí se cumpla uno de los precisos y fervientes deseos de la directora del INBA, quien declaró también que la exposición era parte de un conjunto de eventos que pretendían “mover a la reflexión”.

Pero no creo que las palabras de la directora sean lo netamente inapropiado. Para volver sobre los problemas serios del intento explicativo que permea la exposición, sería importante señalar el mayor error del discurso político: querer presentar esta obra como una certeza de la identidad mexicana, como uno de los principios sobre los que reposan nuestras certezas sobre lo que somos. Tal vez el título de la exposición alcance a rozar el significado del arte de Herrán si entendemos coloquialmente lo subjetivo como aquello a propósito de lo cual no puede haber certeza. Aún más relevante me parecería apuntar lo subjetivo en su obra como la visión de lo universal y lo nacional sujeta a lo imperativo de la ensoñación erótica y patética del pintor. Siento—sí: siento—que en la colorida y plasmática turgencia de sus flores (vegetales y humanas), como en la sinuosa y honda dureza de sus ídolos, Herrán percibía algo que hoy sonaría a disparate cursi o en el mejor de los casos a anacronismo poético: una verdad cósmica. Pero siento también—lo veo en sus afanes andróginos, en su abandono al placer de la carne—que de esto no estuvo siempre seguro. Herrán dudaba, no sabía, acaso creía. Tengo la impresión de que Saturnino Herrán Gudiño, curador de la muestra y nieto de Herrán Guinchard, se quedó solo y rebasado en el intento de presentar la obra de su abuelo al margen de los resabios de la ideología patriotera. Hoy quieren presentarnos a Saturnino Herrán como una certeza cultural de nuestra mexicanidad y pienso que es por esta clase de razonamientos que se atribuye importancia al “más mexicano de los pintores” en cuanto precursor de aquello que se ha convertido en un valor de reconocimiento iconográfico—más que icónico—de lo mexicano allende la cortina de nopal. Así como por largo tiempo el humanismo moderno—densamente ideologizado—ha querido ver el valor de Dante o Giotto en cuanto preludio o anuncio—anunciación—del Renacimiento en vez de estudiarles y apreciarles como unidad cabal de la creatividad y pensamiento medievales, hoy la cultura oficial de México prefiere todavía la comodidad historiográfica de ver en Herrán la antesala de lo que sería políticamente importante para un régimen en vez de estudiar y conocer el valor que la obra herranina contiene. Incluso Teresa del Conde (La Jornada, nov. 16, 2010) mira al arte de Herrán y habla de su pintura como “preludio del muralismo”.

Afortunadamente y a pesar de todo, el muy sensual esplendor de esta obra permanece intacto y es lo bastante poderoso como para que salgan sobrando todas estas necedades y podamos gozar de la experiencia de verlo aun en esta extraña panorámica.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Saturnino Herrán

Bajo la premisa de que todo ocurre por algo y para algo por supuesto, he formulado el presente ensayo, cual se inserta en el contexto de la exposición conmemorativa y retrospectiva del artista mexicano: Saturnino Herrán en el Palacio de Bellas Artes en la Cd. de México. Como agentes que nos pretendemos activos en el aparato estatal de cultura, resulta de interés e importancia el reflexionar y ser más críticos frente al ¿por qué y para qué? se llevan a cabo cierto patrocinio cultural por parte del estado.

A consideración planteo las siguientes interrogantes ¿Por qué justamente Saturnino Herrán? O en su defecto, si es tan relevante para el Arte Mexicano ¿por qué justo ahora, después de ser un tanto ignorado, pues se le saben solo tres exposiciones retrospectivas, la de 1918, 1948 y la de 1987, decidieron que era idóneo para ser re- valorado?

Resulta de lo más evidente el motivo el por qué ahora el considerado “ precursor del Muralismo Mexicano y fuente de inspiración del Arte Mexicano” es reencontrado, re- valorado y expuesto a los ojos de los extranjeros que se pasean por la Cd. de México y a todo aquel mexicano que, o siente cierto interés por el arte y las expresiones culturales de su tierra, o que en un intento positivista y a veces desalentador, de niños de educación básica que son mandados con el aliciente de la tarea, para que obtengan un tanto de sensibilidad y civilidad a través de las artes; y dicho motivo sin dudarlo y bien patrocinado y anunciado es la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y Centenario de Revolución Mexicana.

Herrán, quien murió de manera demasiado prematura, dejándonos en la incertidumbre de aquello que hubiese logrado en un periodo más prolongado de práctica pictórica, se desarrollo en el contexto pos-revolucionario donde, entonces más que nunca, se necesitaba formular el espíritu del SER mexicano, que diera unidad la compleja red social del territorio mexicano. Y en miras de tener doscientos años de suponerlos independientes, sera de la colonia española pues es dudoso que seamos independiente a las políticas económicas e ideológicas extranjeras, y cien de que se propusiera un proyecto social nacional mediante distintas y variadas propuestas; se sigue buscando y tratando de tipificar aquel SER mexicano que nos de unidad identitaria e impacto mundial. Ya esta búsqueda tiene sus antecedentes en el proyecto porfiriano, que por un lado deseaba modernizar a la nación a través de la adopción del modelo de la entonces cuidad ejemplo de la modernidad: París, también en un animo romántico, impulso el re descubrir la herencia ancestral y la materialización de un espíritu nacional de lo mexicano a través de las tradiciones y el folclore popular de la tierra mexicana. Con la fractura suscitada durante la Revolución, situación natural después de cualquier conflicto armado, el estado mediante sus posibilidades, continuo con el proyecto de edificar la identidad nacional, considerando a la cultura y las artes como aquello que puede dar cohesión a una sociedad, tal y como lo llega a mencionar Daniel Bell (Las contradicciones culturales del capitalismo. Alianza Editorial 1977). Las artes, y ante todo la pintura mediante sus métodos y recursos: color, textura, composición, imagen; tienen la posibilidad para materializar y transmitir (e inclusive en casos imponer) algo tan complejo como el sentimiento e identidad nacional. Es evidente en la obra de Herrán la construcción desde su mirar del SER mexicano, visión que es la antesala de lo que años después sera conocido como el Muralismo Mexicano. Su obra guarda en si misma el espíritu de modernidad a través de los aplomos académicos y a la vez la reivindicación del pasado que no solo debe ser un recuerdo nostálgico, sino parte activa del desarrollo y sustento de la identidad de una nación, la incorporación de la cotidianidad y sus personas.

No es de extrañar ni sorprenderse el que se propusiera a Herrán como el icono idóneo que represente a el arte mexicano en el contexto de la celebración de los momentos cruciales que idearon concretar un proyecto de nación, pues es en su obra donde mediante el lenguaje de la pintura y la gráfica, se comenzó a materializar la visión del mexicano, visión que se ha ido edificando a través de un siglo y que ahora inunda nuestra imaginación.

Igual pudiese decir que junto a él hay quien merezca ser el idóneo, sin embargo, no podemos ignorar las necesidades del actual estado mexicano... Herrán pinto para que se sintiera grandeza, fascinación, identificación, pues a través de sus ojos seguro era lo que sentía, seguro que le preocupo la situación del México pos- revolucionario, pero por lo que nos deja entre ver, estaba más convencido en exponer lo bueno que lo malo.... en vez de mostrar miseria , mostrar trabajo y orgullo... Así son sus mujeres y sus indígenas... orgullosos e imponentes. Ahora, estamos en un punto, si quieren llamarlo espiritual, en que nos sentimos parte de nada y a la vez necesitamos ser parte de un inmenso todo... Así es más difícil poder concretar acciones en común. En que nuestras nuevas generaciones encuentra mas identificación y construyen su anhelo en el extranjero... en un momento en que podemos creer en todo, menos en nuestra capacidad como país, nación, raza, o como mejor nos queramos llamar, y en la capacidad de nuestro estado para seguir andando. Bajo esta realidad, recurren a la obra de Herrán en un intento de que nos miremos con otros ojos.

Por la desmoralidad que reina en México, llegamos a asumir que todos aquellos que están en el poder son malos por naturaleza, sin embargo presiento que se sigue intentando aquel proyecto iniciado casi hace cien años, pero por la mala fe ya sembrada y un no saber como abordar la problemática y anteponer otros intereses primero, todo queda a medias. Sí, es cierto , nuestra institución cultural tiene sus grandes deficiencias y contradicciones, por un lado, sabe reconocer en artistas como Herrán u Orozco la posibilidad de ser medio para conformar una cohesión social (pues es uno de sus intereses), por lo cual reconoce, que la producción y el acervo artístico de un país es un medio útil para consolidar algo (esto depende que espere cada persona del arte) , sin embargo no sabe apostar por los nuevos artistas, es un estado que le teme a lo desconocido y prefiere apostar y patrocinar aquello que sabe en que aguas anda o bien artistas contemporáneos que ni siquiera los agentes del estado a sabido reconocer, sino aquellos que reconoce el extranjero. En este sentido la retrospectiva a Herrán, sin desearlo entra en esta frustrarte situación... el estado quiere explotar, pero ya no apoyar... quiere que a través de su obra encontremos y miremos nuestro SER mexicano, pero no permite, a través de la falta de apoyo, que se siga construyendo el SER mexicano a través de las nuevas generaciones de artistas e intelectuales.

Por último es interesante resaltar el espacio donde se lleva a cabo la exposición, el mítico Palacio de Bellas Artes, donde no me parece errónea la decisión, sino bastante justa, ya que el recinto fue ideado en su contexto, y bien alberga aquello de lo que se le ha considerado precursor, muy a diferencia de otras exposiciones donde su espacio no es el idóneo; sin alarde, pero en un verdadera fascinación por la pintura de Herrán, estas tienen la presencia del bastión de mármol.

Aunque se ha discutido en mucho las estrategias que los museos proponen para “volver más accesible” la apresuración artística a cierto estrato de la sociedad, sobre todo a los niños, muy en lo personal no considero como un error los espacios lúdicos que se proponen, de echo son estrategias que algún impacto prepositivo han de hacer en los niños. El museo tradicional es hostil frente al natural ser de un niño, e inclusive el adolescente promedio, y no es posible negarles el acceso a la cultura; de echo invitan a que se intente no solo a mirar, sino a observar desde los ojos de un creador.

En cuanto a la museografía, no presiento gran problema, son obras que no necesitan más que ser expuestas, lo único reclamable es la iluminación, desde ciertos ángulos no se pueden ver algunas obras y esto no es por que el oleo a través de su materialidad ( el aceite ) obligue al espectador que se mueva y descubra aquello que el charolazo no le permite ver, esto lo provoca una mala iluminación.

lunes, 22 de noviembre de 2010

A Darwinian theory of beauty

Denis Dutton: A Darwinian theory of beauty | Video on TED.com

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Saturnino herran... Xoc

Saturnino Herran
El instante subjetivo

La retrospectiva del pintor se puede abordar desde múltiples perspectivas.

1.-El dibujo entre una comprensión geométrica de la forma, pero no por ello perdida de realismo, los trazos se los contornos son un conjunto de pequeñas líneas rectas.
Los dibujos con lápiz de color acuareleado y los carboncillos son impresionantes por la precisión del dibujo, la forma en como construye los cuerpos, sobre todo de los ancianos, me hace pensar que bien podrían ser un antecedente de lo que hace Arturo Rivera. La comprensión que tenia de la forma podía permitirle cambiar de técnica con facilidad sin perder sus cualidades de representación.

2.-Las composiciones con influencia europea, en las que la disposición de las figuras, las poses, la estilización de los cuerpos, el uso de la luz y la técnica, bien podrían ser en algunos cuadros casi una cita a pintores como José de Rivera o Velázquez.

3-La utilización de los materiales con un tratamiento si bien por capas y  veladuras, principalmente con un uso abundante de óleo sobre los soportes. Las zonas obscuras no son solo fondos, sino material pictórico que se encuentra allí con la misma densidad que en las zonas luminosas, lo que no pasa con artistas como Rembrandt, donde la mayor cantidad de materia pictórica coincide con las áreas de luz.
Herran no tiene ninguna intención de ocultar la pinceladas, es mas, las hace evidentes, el trazado de contornos, el tratamiento de las masas de los objetos representados, los toques de luz y de formas son evidenciados como pintura con la trama de las cerdas del pincel.
La división de los cuadros en dos zonas principales, de luz y de sombra, principalmente en las piezas en las que la temática son las fabricas y motivos que bien podrían ser del realismo.

4.-El tiempo en el que desarrolla su trabajo es justo coincidente con el inicio de las vanguardias europeas, la perdida de la figuración, pero por pertenecer al contexto mexicano, toda su producción es figurativa, temáticas realistas de lo que ocurría en las fábricas y el campo, indígenas, pero sobre todo una búsqueda de una identidad nacional necesaria para la consolidación del Estado Mexicano, que mas tarde será utilizada por quienes quedaron en el poder después de la revolución.
Saturnino efectivamente presenta al personaje anónimo del pueblo frente a una clase pudiente, que al ser visto cobra presencia, y posiblemente idealmente una valides.

El proyecto para el friso de Bellas artes es muy clásico sobre todo pensando en los murales desarrollados en el palacio por sus contemporáneos, como las perspectivas de Siqueiros, las deconstrucciones de Orozco, el simbolismo de Rivera o las figuras de Camarena con una complejización de sus elementos compositivos un tanto indefinidos pero perfectamente identificables. Para Saturnino en su proyecto  la representación de los dioses hay una simetría de elementos, por un lado lo prehispánico y por el otro lo español europeo, al centro la presencia de la diosa Coatlicue mezclada con un cristo sangrante, en una narración de fusión que ilustra el fenómeno, los otros muestran en el caso de Siqueiros un pueblo aguerrido y vencedor, Orozco con elementos que remiten a prostitutas, fragmentos de maquinaria y cuerpos en tensión de lucha. Camarena presenta un personaje central rompiendo ataduras junto con una figura femenina que se encuentra de espalda, con dos personajes en los extremos, un hombre con sombrero amarrado y una mujer de frente suspendida en una acción que parece inminente, pero también es necesario mencionar que para el tiempo en que fue hecha y la temprana muerte del pintor, me hace pensar que la producción posterior pudo haber sido mucho mas compleja.

A mi parecer es un pintor con un manejo exquisito de la técnica, que tenia inquietudes por la identidad nacional, influencias externas que así se lo demandaban. Su pintura me parece por una parte coincidente con el canon de la academia y por otra un tanto disidente, con la representación de gente del pueblo.