Hablar de una obra como crítico, como espectador, como artista, como ser ajeno a la creación de la misma, implica hacer un esfuerzo por adentrarse en la mente de quien la creó y entender sus procesos, para establecer una lectura lo más fielmente posible al espíritu que el autor le imbuyó. Un esfuerzo mayor implica el descifrar los códigos insertados en una obra planteada como un tríptico, en la cual cada pieza funciona por si misma y a la vez establece una narrativa en su conjunto.
Podemos establecer un discurso desde elementos tan formales como las dimensiones, el color o la materia, hasta cuestiones muy subjetivas como la simbología del color o la psicología de los personajes – si es que los hay- que integran al cuadro.
En éste caso, hablar desde una perspectiva psicológica y simbólica en la obra de Elia Andrade Olea resulta muy acertado, pues a través de los personajes y elementos zoológicos nos es posible dilucidar las historias encerradas dentro del cuadro. La obra a la que me refiero es un tríptico, cuyos paneles tienen unas dimensiones de 1.50 m. cada uno. En ellos aparecen dos personajes, uno femenino y otro masculino, los cuales, en ambos extremos del tríptico se hallan divididos por una escena de un túnel cuyos efectos lumínicos claramente aluden al paso veloz de un tren subterráneo. A primera vista podría parecer que existe una trama sencilla de entender, dos personas en tránsito gracias a un medio de transporte masivo. Sin embargo, Elia no se detiene en una lectura superficial, sino que profundiza añadiendo elementos que de primera intención trastocan la idea de lo que es e inclusive pueden llegar a causar desconcierto en el espectador: ¿Qué hacen unos peces japoneses flotando como espectros sobre cada panel de ésta obra?, ¿Cuál es su razón de ser y de que manera interactúan para armar el discurso que nos revelaría la unión de elementos tan dispares?
No se trata de peces sólidos, pues como mencionaba, juegan transparentes, flotando sobre los rostros y el túnel. Nadan en agua, sin encontrarse en agua realmente. La propia cualidad diáfana de éstos animales nos remite a una especie de movimiento que a todas luces se contrapone con la velocidad representada a través de los efectos lumínicos que aparecen en todo el tríptico.
Aquí cabría mencionar que Elia parece querer establecer un discurso ligado al movimiento y a la temporalidad – si es que esto no resulta ya obvio – pero no es un mismo movimiento ni una misma temporalidad para toda la composición. Elia crea una sintaxis muy particular a través de los diversos componentes de los cuadros. Nos hace recordar que a pesar de viajar a grandes velocidades, nos mantenemos estáticos dentro del medio en que nos movemos. Que si bien un tren o un metro resultan medios de transporte masivos, es innegable el anonimato de los pasajeros de cada vagón, que, estando estáticos en sus asientos, se mueven velozmente, ensimismados ante una lectura, un sueño, una música o ante los paisajes que cuadro por cuadro, cual si fuera un cinematógrafo, se suceden ante nuestros ojos, dejando una impronta en nuestro cerebro muy difícil de repetir.
Es justamente éste contrapunto de movimientos lo que hace interesante a la pieza en su totalidad. Los peces por si mismos aluden al elemento acuático que tiene un comportamiento tan particular como cualquier otro elemento de la naturaleza, y así, dentro de la particularidad de tal comportamiento, el agua posee una carga expresiva, simbólica y psicológica. Habla de la memoria y de las emociones. El agua, como cualquier líquido, es maleable, se adapta a su contenedor, pero también, si quiere y si se la deja, es capaz de excavar a través de la piedra, de hallar un camino que la saque de su prisión y ser tan destructora como creadora. Las reminiscencias acuáticas se superponen a lo industrial, a lo veloz de progreso tecnológico, lo cual puede poseer una connotación masculina, opuesta a la innegable feminidad del agua y que, a la vez, armoniza con aquella velocidad, otorgándonos un momento de contemplación y descanso entre continuo bombardeo de imágenes que se suceden a través de las ventanas del tren.
En éste ir y venir de contraposiciones y armonías se mueven los personajes de Elia. No sabemos si viajan juntos o cada quien por su cuenta, si se hallan en el mismo vagón o vagones separados, inclusive si viajan al mismo lugar o en direcciones opuestas. Sin embargo esto no parece ser lo más importante del discurso de la pintora. Son más destacables los recursos de los que ella se vale para lograr conferir una profundidad narrativa a su obra, la cual hace eco a la narrativa poética que realiza Wong Kar-wai, quien, cabe mencionar, es una de las fuentes del imaginario para la creación de éstas obras.
El tríptico invita al espectador a querer adentrarse en el y lograr comprender, aunque sea una mínima parte, lo que trata de comunicarnos, más allá de caer en lo efectista, de sólo leerlo a través del color o la factura. Las miradas y actitudes del hombre y la mujer dicen más de lo que aparentan y ofrecen la posibilidad de crear una historia, de adueñarnos del cuadro y no cerrarnos a una sola posibilidad de lectura. La obra se mueve más allá de lo complaciente. Y aún así siempre queda un dejo de duda, una semilla que invita nuevamente a cuestionarnos ¿Por qué todos éstos elementos existen dentro de éste espacio?, ¿Qué es lo que nos tratan de decir?.
Victor Serrano Orozco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario