jueves, 29 de octubre de 2009

Apuntes a una lectura de Michaud I
El apartado El arte contemporáneo en la época del post-post es un lúcido intento por determinar las coordenadas históricas, políticas, sociológicas, económicas, psicológicas y estéticas en las que el arte se encuentra tras haber conocido los credos, aventuras y agotamientos de la modernidad, más precisamente, de los varios modernismos—lo moderno como programa y fin.
A la luz del texto de Michaud, es posible observar un rasgo común a los modernismos, inclusive a dadá: la convicción sobre la naturaleza revolucionaria del arte. Desde el romanticismo, buena parte de occidente ha abrazado la idea de que el arte puede cambiar, en mayor o menor medida, distintos aspectos de la vida, la vida misma, incluso.
Otro rasgo común de los modernismos, ha sido el credo de la obra maestra. Considerando el protagonismo político y social de las vanguardias, su militancia, la fuerza mediática y masiva con la que sus formas irrumpieron en la civilización de occidente—y más allá—no es extraño que, aún hoy, el mayor dilema en la experiencia artística sea esta expectativa por la obra maestra.
Entre las vanguardias hubo una que no solamente no abrazó este credo, sino cuya intención original bien podría haber sido el abatirlo: dadá. Dadá ha sido seguramente el único modernismo que no solamente no ha buscado decir la última palabra, sino que se ha presentado como la anti-palabra. Me parece que el fenómeno de dadá buscó recuperar una pureza intencional para la estética. Su carácter subversivo, lúdico y destructivo era justo lo que calzaba a una civilización que rozaba la auto-destrucción y precisamente por esto el arte que siguió y la estética resultante abrazaron la intención dadaísta.
El problema de la desaparición y desmitificación de la obra maestra ha sido experimentado por el público como el advenimiento de la farsa en el seno de un espacio que se espera destinado a una especial potencia creadora, a una emulación demiurgica. Los “entendidos” más bien han preferido guardar sus juicios apreciativos, concentrándose en una cada vez más difícil clasificación de las formas cada vez más multi-procedimentales, especializadas e incluso insignificantes de lo estético, y algunos han llegado a declarar la “muerte” del arte.
Es curioso que Michaud se refiera a la obra maestra, como a un mito romántico, es decir, moderno. Tras la lectura de este capítulo se podría pensar que la obra maestra nace y desaparece en la modernidad. Al desaparecer la obra maestra, se evapora la estética moderna y llegamos a nosotros.
Es oportuno recordar el episodio de Pigmalión y Galatea, así como también las numerosas representaciones que el arte hizo de este episodio antes de la modernidad. Nunca sabremos si la carne de Galatea alguna vez fue marfil, o viceversa, pero pienso que es aún más importante apuntar que la obra maestra, entendida como un teorema ideal-material-perceptual-emocional-cognitivo del mundo, no es un mito: el arte la ha logrado más de una vez. Al parecer, no estamos seguros de nuestra capacidad de lograrla, de la capacidad de este momento de nuestra civilización para lograrla. Ni siquiera estamos seguros de quererla. Estoy convencido de que la obra maestra es un sueño del deseo. El que nosotros no seamos capaces de lograrla, quizá ni siquiera de desearla, no significa que no tenga valor y, mucho menos, que no exista.

H.d’A.

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